domingo, 20 de noviembre de 2022

Nuestros recuerdos

Queridos paisanos y paisanas, hoy estamos aquí, compartiendo esta estupenda comida, para celebrar que hace 65 años, gran parte de los aquí presentes nacimos en Canena. En ese mítico año para nosotros de 1957, fuimos 52 personas las que nacimos en este, nuestro querido pueblo.

Eran tiempos difíciles y de carencias. En España había terminado 18 años antes, una guerra civil que la dejó desolada, empobrecida y dividida y, 12 años antes, también terminó una guerra mundial que dejó a gran parte del mundo en las mismas condiciones que España.

Pero nada de eso nos impidió vivir una infancia plena y feliz. Nuestros padres, gente sencilla y muy trabajadora luchaban para darnos lo mejor que podían y para que tuviéramos una infancia y juventud mejor que la que ellos habían tenido. Muchos de ellos tuvieron que emigrar para conseguirlo, como lo demuestra el hecho de que algunos de esos 52 niños y niñas terminaran de crecer fuera de Canena.

Nuestros padres nos inculcaron desde muy pequeños el valor del esfuerzo y el trabajo y desde muy jóvenes, estudiáramos o no, todos arrimábamos el hombro en casa, como era el caso de la recogida de la aceituna o las labores del hogar.

Como he mencionado antes, carecíamos de muchas cosas, por no haber, no había ni agua corriente en las casas. Ya tendríamos 11 o 12 años cuando trajeron el agua a Canena. Todos recordamos las calles levantadas llenas de zanjas.

No teníamos cuarto de baño, pero en verano, aquellos barreños de zinc, que nuestras madres ponían al sol, tapados con un plástico para que se calentara el agua y bañarnos a la tarde, hacían las delicias de los niños y niñas de nuestra época. Ya más grandecitos, disfrutábamos de las albercas de algunos vecinos y lo más maravilloso de todo era el día que nos llevaban a algún río. ¡Qué avance cuando pusieron las piscinas de los Baños!

Las niñas, en aquellas tardes de verano, disfrutábamos de zapatos de tacón, pegándonos con el alquitrán derretido de la carretera, una china gorda en la suela de nuestras chanclas.

No teníamos preciosos ni sofisticados juguetes, pero con nuestra imaginación, cualquier cosa se convertía en un magnífico juguete. Un palo era un veloz caballo con el que galopar por las calles. Con nuestras muñecas recortables y sus variados vestidos saciábamos nuestros deseos de vestir bonitas prendas para cada ocasión.

En aquellos fríos y lluviosos inviernos de nuestra infancia, cómo disfrutábamos de las botas katiuscas, metiéndonos en todos los charcos y arroyillos que corrían por nuestras empinadas calles, camino de la escuela abrigados con nuestras capas impermeables.

En el colegio no disponíamos de calefacción, pero nos calentábamos con los braseros fabricados con latas de conserva, en los que nuestra madre ponía unas ascuas ardiendo y para que no se apagaran, las íbamos balanceando todo el camino. Cualquier cosa, más que un inconveniente, era una aventura.

Y qué alegría había por las calles de Canena con los niños y las niñas jugando por todas partes a la salida del colegio por las tardes, hasta que anochecía: las cuatro esquinas, los paquetes, la comba, el corro, las regañas, las bolas, los aros, la roma, el torico escondío, el torico pillao, el fútbol… No teníamos tantos deberes, ni tantas actividades extraescolares, sencillamente disfrutábamos jugando en grupo y en la calle.

En verano y después de cenar, los vecinos salíamos a tomar el fresco en las puertas, nueva oportunidad para jugar. Recuerdo alguna vecina que nos contaba entretenidos cuentos, sentados todos en el suelo frente a su puerta, absortos, imaginando aquellos mundos.

Después vendría la tele y como no todos los vecinos disponíamos de una, los que primero la compraban y de forma solidaria, la ponían en la ventana, en las noches de verano, para que los niños del barrio la pudiéramos disfrutar, sentados en el suelo o con sillas que acarreábamos de casa. Con el tiempo y esfuerzo, todas las familias tendrían su propia tele, en blanco y negro, casi como nuestras vidas. A veces para crearnos la ilusión del color, le poníamos por delante un pliego de papel celofán que los había de distintos tonos.

Tampoco teníamos teléfonos particulares. Había una centralita para todo el pueblo. Le llamábamos teléfonos y allí íbamos tanto para recibir como para realizar llamadas. Con el tiempo, también cada familia tendría su propio teléfono.

No teníamos gran cantidad de ropa, pero nuestros padres se esforzaban para que estrenáramos algo para san Marcos y la Virgen de agosto y, con suerte, algo para la Semana Santa y los Santos.

¡Cómo disfrutábamos de todas las fiestas, en especial, las patronales! ¡Con qué ilusión las vivíamos! El día que empezaban a venir los carruseles para san Marcos era una fiesta, ¡Nos gustaba contemplar cómo los armaban! Deambulábamos de uno en otro disfrutando de la espera, tanto como de montarlos y qué pena sentíamos cuando los desarmaban, pasado san Marcos, la misma que cuando caían los farolillos de la plaza terminada la verbena del día 25 de agosto. El viento que los tiraba era el preludio del fin del verano.

Cuando fuimos adolescentes vinieron los guateques, donde chicos y chicas teníamos la oportunidad de disfrutar bailando, agarrados o suelto. Eso sí normalmente eran los chicos los que sacaban a las chicas para bailar en pareja. Eran otros tiempos. Quizás algunas de las parejas aquí presentes se enamoraron en uno de esos guateques.

Poco a poco y casi sin darnos cuenta fue llegando el progreso a Canena. Con la llegada del agua se hicieron los cuartos de baño en todas las casas, las bestias se cambiaron por tractores y pasqualis, los teléfonos particulares, los coches, los electrodomésticos que hacían la vida más fácil y confortable…

Y poco a poco también, con la lentitud que pasaba el tiempo cuando éramos niños y con la rapidez que lo sentimos ahora, nos hicimos jóvenes y adultos. Unos estudiaron, otros trabajaron desde una edad temprana. Muchos se quedaron en Canena y formaron un hogar y su propia familia. Otros se fueron de Canena y crearon su hogar y su familia fuera, pero siempre llevamos Canena en nuestro corazón.

Nuestra generación nació en un mundo subdesarrollado, creció en un mundo en vías de desarrollo y llegó a su madurez con la llegada del pleno progreso. Hemos sido testigos, con una rapidez vertiginosa de la expasión de los ordenadores, de la era de internet, de la llegada de los móviles inteligentes, de las redes sociales y a todo ello nos hemos adaptado y manejamos. Y con tan solo 65 años, hemos conocido dos siglos y dos milenios.

Gracias a los principales impulsores de este evento, María Manuela Reyes García y Ángel Filgaira Lorite y a todos los que han colaborado con ellos. También a todos los asistentes por hacer posible este encuentro y un recuerdo para los que no están, bien porque no han podido venir, o bien porque por desgracia, ya no viven.

Felicidades a todos.


Texto de Aurora Jódar Jódar

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