jueves, 19 de septiembre de 2019

El último aguador

A Andrés siempre le gustaba levantarse temprano, aunque la jornada la marcaba el despertar de las mujeres del pueblo que iniciaban sus tareas domésticas. Sacaba del corral la mula torda para colocarla al frente del carro formado por una plataforma de madera con ocho huecos para colocar los cántaros y por dos gruesas ruedas neumáticas que habían prestado otros servicios anteriormente. Digamos que no existía un modelo previo. El carro era exclusivo y un tanto peculiar.

Amo y mula recorrían las calles del pueblo. Su clientela habitual la constituían generalmente familias pudientes que, al contrario que las más humildes, preferían recibir el agua en casa a desplazarse a fuentes cercanas debido al esfuerzo y molestias que ello conllevaba. Cada familia le entregaba su cántaro, normalmente marcado con determinadas iniciales para no ser confundido con otros. Todos estaban hechos de arcilla, con forma similar, de distintos tamaños. Los que solía recoger Andrés y de mayor capacidad rondaban los quince o veinte litros.

Colocados los cántaros en el carro, Andrés se dirigía a "Los baños", el mejor manantial, situado a la entrada del pueblo. Este manantial hoy es conocido como Balneario de San Andrés, no por homenaje a nuestro protagonista sino por otros motivos desconocidos para el que escribe.
 
Realizada la carga se procedía a su reparto, operación que se repetía hasta que todas las familias quedaban abastecidas y a la que asistían, cuando no estaban en otros menesteres, los niños del pueblo. Subirse al carro, a espaldas y sin el consentimiento de su dueño, era una diversión en un mundo donde el juguete suponía todavía una lejana ilusión. Así se alargaba la jornada hasta llegar, a veces, casi a la noche ya que, a falta de  otros vehículos, muchos comerciantes solicitaban los servicios de Andrés para que recogiese con su carro artículos que el tranvía dejaba en la estación del pueblo.

-       Buenos días, Andrés. Toma el cántaro, tráemelo pronto que hoy viene mi cuñada y su familia a comer y tengo que poner el guiso ya.
-        Sí, mujer, como siempre.
-       ¡Ah!, ten la peseta del cántaro de ayer.
...….........

-       Andrés, en el tranvía de las cuatro vienen unos paquetes para mí. No te olvides de recogerlos.
-       Vale, Paquito, No te preocupes, antes de las cinco los tendrás en la tienda.
 ….............

-       ¡Mira, como os vea subiros más al carro os vais a enterar! ¡Manolito, no seas más sinvergüenza y bájate del carro si no quieres que se lo diga a tu padre!
-       ¡No, Andrés, no se lo digas a mi papa, que le gusta mucho quitarse el cinto! Todavía tengo el culo morado del otro día.
-       ¡Pues hala, a jugar por ahí!.
 …............


Perdonen que no les haya presentado debidamente a nuestro protagonista. Hablamos de Andrés "El del agua", último aguador de Canena, Puerta de La Loma, pueblo de menos de 2.000 habitantes situado entre las localidades de Úbeda y Linares. Lugar donde los humanos se asentaron ya en la prehistoria, donde los romanos se establecieron y donde los árabes construyeron sus viviendas. El nombre de Canena proviene de una tribu siria asentada en la localidad llamada Banu Kinana.

Andrés nació en 1929. Era el menor de tres hermanos de una familia muy humilde que, como casi todas las de su época, vivían del cultivo del cereal, de la vid, de la huerta y, sobre todo, del olivar.
 

Su infancia estuvo marcada por los conflictos políticos y sociales que vivía España. Vio nacer la II República y el posterior estallido de la guerra civil, hecho que tuvo una gran repercusión familiar puesto que su hermano, en edad de realizar el servicio militar, luchó en las filas del ejército  republicano. Mientras su hermano combatía en una guerra injusta y cruel, el niño que aún era veía asombrado cómo surcaban el cielo  esos grandes pájaros de metal. No menos interés suscitaban aquellos hombres vestidos todos de igual forma, con fusiles, cansancio y desesperación en el rostro que, a veces, descansaban en el pueblo, camino del frente. El paso de las tropas  provocaría funestos accidentes: tras la partida, la chiquillería se divertía con algunas granadas y municiones olvidadas, convirtiéndolas en juguetes mortales. En una ocasión, una granada explotó llevándose la vida de dos niños de corta  edad y  causando heridas graves a otra niña en el ojo.

La guerra acabó. Su hermano volvió y una época oscura lo envolvió todo: represión, hambre, desigualdad, miedo y silencio. La vida era una lucha por sobrevivir en la que todos los miembros de la familia intentaban aportar algo con cualquier trabajo.

El padre de Andrés fue el primer aguador del pueblo. Él y su burro, vestido con aguaderas hechas de esparto para alojar cuatro cántaros, recorrían las calles del pueblo para recoger los cántaros vacíos que después llenaría de agua en el manantial de “Los baños”. A continuación, los repartía a las familias que habían solicitado sus servicios a cambio de algunas ”perras gordas”, cantidades que aumentarían con el paso del tiempo. Esta era su rutina de trabajo, la cual repetía las veces que fuese necesario. Así fue hasta que problemas en la vista y la avanzada edad hicieron que el oficio pasase al menor de sus hijos. A principios de los años cincuenta, a sus veintipocos años, Andrés “El del agua” (apodo con el que sería conocido desde entonces) comienza su andadura en esta profesión. Al principio, con el burro y sus aguaderas; posteriormente, el pueblo fue creciendo y con ello la demanda de agua y de artículos que llegaban a través del tranvía al pueblo por lo que fue necesario hacerse con el  carro y la mula torda.

El trabajo de aguador fue el oficio que desempeñó Andrés durante años, hasta que poco antes de 1968 los nuevos propietarios del Balneario, donde se ubicada el manantial, decidieron que nadie tuviese acceso a estas aguas. Surgió un conflicto entre estos y el pueblo que derivó en un controvertido proceso judicial que favoreció a los primeros.
Cantaros similares a los que transportaba Andrés

Andrés dejó de llenar sus cántaros en el preciado manantial y tuvo que hacerlo en otras fuentes con aguas de peor calidad como la Fuente Nueva.
El progreso, que llevaba tiempo al acecho y tenía en el punto de mira este oficio, como tantos otros, acabó definitivamente con el aguador de Canena. El 1 de mayo de 1968 muchas personas del pueblo vieron como, por arte de magia, el agua, al principio proveniente de lugares cercanos, después de lugares tan remotos como la Sierra de Las Villas, concretamente del Embalse de las Aguascebas, operativo desde 1969, salía por un grifo.

Andrés “El del agua” dejó de ser el último aguador. Tuvo otros trabajos: jornalero, casero de un cortijo, trabajador de la construcción en Suiza durante varias temporadas y, finalmente, albañil en su pueblo.

Siempre presumió, gracias a su trabajo de ir casa por casa recorriendo las calles del pueblo, de conocer los nombres de casi todos los vecinos y vecinas de la localidad hasta que la enfermedad del olvido, poco a poco, fue borrando de su memoria todo aquello que durante tantos años almacenó. Su vida se apagó apaciblemente, rodeado de los suyos, un sábado del año 2013.

Su peculiar y extinto oficio permitirá que sea recordado durante muchos años en el pueblo en el que vivió.

El hijo de Andrés “El del agua”, Pedro García Gámez

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