domingo, 22 de marzo de 2020

Una historia curiosa

Curioseando en una revista antigua, REVISTA DE CASTELLÓN (1913), encuentro una historia, no sé si real o inventada – El valiente – sobre un personaje singular de nuestro pueblo. No puedo por más resistirme a compartirla con vosotros para ver qué os parece y si conocéis a alguien que, gracias a sus mayores, pueda conocer al personaje o su historia.



Reproducimos a continuación el contenido de la historia para facilitar su lectura:

EL VALIENTE

(Sucedido que parece cuento)

Nadie en Canena hubiera puesto en tela de juicio que Perico Jiménez era el mozo más bravo del pueblo.
¡Que genio el de Perico!
No tendría más de dieciocho años el muchacho; pero era alto y fornido, y tan travieso desde pequeño, que en poco tiempo se había conquistado perniciosa fama en toda la comarca.
No había juerga en Canena que se armase sin su consentimiento, ni rondalla donde él no llevase la batuta; y allí donde por un quítame allá esas pajas se aguaba la fiesta, se dejaba sentir, con resultados funestos para alguien, la brillante elocuencia de sus puños.
Nadie sabía de qué familia procedía en el pueblo, ni de donde le venía lo que gastaba. Lo cierto es que se las daba de rumboso y de perdona-vidas, que era el único que se permitía el lujo de ir a las corridas de toros de Jaén y el que una vez, solo, arrimó una tanda de palos a media docena de mocitos, lo más florido de la chulapería de un lugar vecino, que habían ido a Canena a quitarle la novia.
Era, en fin, lo que hoy día se llama un matón, un pendenciero; un ente que, bravucón y jactancioso, había conseguido sobreponerse, a fuerza de miedo, a todos los mozos del pueblo.
Ocurrió por aquel entonces en el pueblo un suceso extraño. La iglesia venía siendo robada durante las noches con cierta frecuencia.
El buen párroco, horripilado ante crimen tan sacrílego, puso el hecho en conocimiento de la autoridad local; pero en vano ésta trabajó para dar con el autor o autores del delito, que quedaba siempre impune.
Las pesquisas que efectuó por las cercanías la pareja de la Guardia Civil también fueron infructuosas, y los tranquilos vecinos de Canena opinaron que tal vez algunos forajidos, de paso para otras comarcas, debieron cometer el desafuero.
Pero el robo se volvió a cometer otra noche, con grave escándalo y protesta de los del pueblo, que no acertaban a explicarse un hecho hasta entonces desconocido.
En vista de esto y tomando pie en el suceso, los amigos de Perico quisieron poner a prueba su valentía, dándole una broma; y, en efectos, le propusieron el castigo de los malhechores.
-Tu no debes permitir - le dijeron - que acaben de llevarse lo poco bueno que queda en nuestra iglesia. Esta noche te introduces en ella sin que nadie lo sepa y si se presentan los ladrones, como es fácil, hacer con ellos un escarmiento.
- Eso es - añadió otro - y mañana, presentando amarraos a los culpables, darás al pueblo una prueba patente de tu valentía:
Perico calló de momento y luego, sin inmutarse y dirigiéndoles una escudriñadora mirada, les respondió:
-Está bien. Esta noche me meto en la iglesia y jarto e leña ar que se presente. Pero conste que er que se ria e mi, se la gana.
Y dicho esto, se separaron hasta la noche.
Pedro, Juan Antonio y Blas el bizco, que le tenían odio antiguo al Jimenez, fueron los que organizaron la broma. Consistía ésta en meterse en la iglesia aquella noche antes que lo hiciera Perico y darle cuando llegara un susto mayúsculo.
Al efecto, se reunieron llegada la hora, provisto cada uno de una gran sábana, y con sigilo penetraron en la iglesia, escondiéndose convenientemente: Pedro en el confesonario, Blas el bizco en el púlpito y Juan Antonio detrás de la pila bautismal.
No tuvieron que esperar mucho rato.
La puerta de la sacristía se abrió y apareció Perico, cerrando después y guardándose la llave.
Los que estaban escondidos, acostumbrados a la oscuridad, podían observar sin temor de ser vistos; tanto más cuanto en la espaciosa iglesia solo había, iluminándola apenas, dos pequeñas lamparillas.
Perico echó un fósforo, se dirigió al altar mayor y encendió tres velas. Bajó luego, hizo un cigarro y sacando una enorme navaja dio vuelta a la iglesia mirando los oscuros rincones.
Temblaron los otros en sus escondites; pero el peligro pasó pronto y se pusieron a escuchar el monólogo que Perico había empezado.
-Está visto -decía- que esos granujas han olío que era yo el ladrón; sus palabras de hoy eran pa mi y gracias que no me he descubierto. Esta noche desbalijo lo que puea y mañana me largo a Jaén.
Y se dirigió al altar; pero de repente un ruido extraño le hizo volver la cabeza.
Era que Blas el bizco se había levantado en el púlpito, envuelto en la sábana, y manoteaba mientras decía con voz cavernosa:
-¡Sacrílego; ladrón!
Perico Jiménez se quedó sin respiro; adelantó, no obstante, algunos pasos, mirando atónito al fantasma, pero sin pronunciar palabra. La sorpresa le hacía vacilar.
Entonces el del confesonario adelantó el cuerpo fuera e imito un grito quejumbroso.
A Perico esta vez le temblaron las piernas, sintió que el miedo se apoderaba de él y se cayó de rodillas, tendiendo las manos como un azogado.
-¡Perdón, ánimas benditas, perdón!- decía mirando a todos lados – si, yo he robao…, yo he robao la iglesia; pero dejadme… perdón, perdón!
Juan Antonio, saliendo de detrás de la pila, avanzó a su vez envuelto en su sábana y dando grandes resoplidos.
Perico, asombrado, tiró al suelo la faca y los miró ya con verdadero espanto, mientras que el miedo se duplicada en su espíritu.
-Perdón, -repetia- perdón pa mis pecaos; mardecío sea…!; perdón, perdón!
En aquel momento rechinó una llave en la cerradura de la puerta de la sacristía y apareció la pareja de la Guardia Civil y detrás la venerable figura del párroco de Canena.
-Coged a Perico!; dijo Juan Antonio a los guardias que se acercaban-ese es el ladrón de la iglesia. Hemos querio darle esta noche una broma y él mismo se ha descubierto!
Jiménez tuvo tiempo, vuelto de su asombro a la realidad, de dar un salto y coger la navaja; pero los civiles se le echaron encina y le sujetaron.
Entonces, considerándose perdido y mirando a sus contrarios, se permitió la última manifestación de su jactancia:
-Mardita sea!...; ¡Si yo llego a saber que erais vosotros… sus jago porvo!

Aliates.


Texto de Pedro Martínez G. Cronista Oficial de la Villa de Canena

No hay comentarios:

Publicar un comentario